Perspectiva
Quedan menos de 10 días para la primavera. Nunca he vivido un septiembre en invierno y la sensación es extraña, no por la temperatura sino por el hecho de constatar que en efecto, estamos en el ocaso del invierno. No hace un frío extremo pero tampoco es para ir en manga corta. La jornada no ha podido ir mejor: mañana fresca pero soleada, paseo de Pocitos al Centro, con destino la Ciudad Vieja, el mejor entrecot en El Danubio Azul (Colonia, 835) con V., y quedada con amigos en el Castillo Pittamiglio (con pastas, zumo y café incluído).
Llevo menos de 24 horas en un país nuevo, una pequeña república desconocida en muchas regiones del mundo: la República Oriental del Uruguay. Sí, del, y no de, porque Uruguay es río antes que país. Y oriental, o al este, porque la república se encuentra en esa posición con respecto al río (y delimita su frontera con la República Argentina, hasta su encuentro con el Río de la Plata).
Está teniendo lugar el último partido de Luís Suárez, y me doy una vuelta por Punta Carretas, mientras espero a un par de amigas que me pasarán a buscar por el hotel. Hay algo familiar en este barrio, delimitado por los bulevares España y General Artigas y un tramo de la Rambla Gandhi. Pienso un poco pero no estoy seguro. Si bien hay restaurantes y alguna tienda, en este barrio predominan los edificios residenciales. Una peculiaridad a destacar en todos y cada uno de ellos: sus bajos. Éstos contienen pequeñas parcelas de césped y una especie de recepción con butacas, sillas Barcelona o sillas modernas. En todas, un pequeño mostrador, con lo que parece un conserje. El patrón es el mismo, y no puedo parar de pensar dónde lo he visto. En España, por supuesto. Claro, en Barcelona. Cerca de Ronda General Mitre, más concretamente la calle Ganduxer y aledaños. Bingo. Barcelona se parece a Montevideo. Bueno, al revés.
Camino por 21 de septiembre hasta llegar a la Playa de Pocitos. Bajo hasta la arena, donde hay unas dunas que se forman de forma natural. Curioso. Transito después por Avenida Brasil y Bulevar España. La zona es muy tranquila, limpia, y aparentemente segura. Giro por José Ellauri y comienzo mi incursión por Francisco Aguilar. Las pickups predominan en las calles junto a los coches pequeños pequeñísimos, tipo smart. Antes de terminar Francisco Aguilar, un detalle llama mi atención. Y no, no son la señales de PARE (benditas sean, deberíamos exterminar todos los STOP) ni las E tachadas, que prohíben estacionar allá donde estén (también deberíamos cargarnos las P de Parking). Sin embargo, es otra cosa la que llama mi atención. Veo la Luna, que está (¿creo?) en fase creciente y aprecio algo raro. Está al revés. No puede ser.
En el hemisferio sur viven alrededor de 442 millones de personas, o lo que es lo mismo, el 13% de la población mundial. Para muchos es sabido que el ligero eje de inclinación que tiene la Tierra y su Ecuador (paralelo 0°), provoca que mientras en el hemisferio norte hay unas estaciones, en el sur haya otras. Esto sucede debido a cómo se produce la incidencia de rayos de Sol en cada parte del planeta, conforme al movimiento de traslación que la tierra realiza alrededor del Sol. Hasta aquí todo controlado, diez en materia de sociales.
La tiranía del norte sobre el sur es una realidad, aunque sólo sea por mayoría de población. Todo el mundo sabe que en diciembre es invierno, que en agosto es verano y que en abril es primavera. O no, porque ese todo el mundo no incluye al 13% de la población.
Me voy del tema: hoy quiero fijarme en la Luna. Si Pepe se encuentra en Madrid, sabe que cuando la Luna está en fase creciente dibuja una D, y cuando está en fase decreciente una C. Es decir, nos engaña. El 87% de la población mundial aprecia un crecimiento de la cara visible de la Luna que es contrario a la forma que ésta dibuja antes de estar completamente iluminada.
Si bien las fases lunares son las mismas en todo el mundo, pues la Luna no se ha movido, la percepción cambia. En el hemisferio sur no nos miente. Si Pepe viaja al sur y mira al cielo, cuando la Luna dibuja una C está en fase creciente y cuando lo hace en forma de D, está en fase decreciente. Lógico, claro, pero puede que nunca hayamos pensado en ello. De hecho yo no había caído hasta esta misma noche.