Ojos bien cerrados
Nick Nightingale toca el piano con una venda negra en los ojos y rodeado de asistentes que portan capas y máscaras venecianas. A pocos metros, el doctor Bill Harford acaba de dejar su gabardina y está listo para inmiscuirse entre la multitud. Una melodía de Jocelyn Pook, a base de dos notas de piano, resuena en el interior de una mansión donde se han dado cita asistentes que llegan en limusina y que han accedido mediante una contraseña. El doctor Harford lo ha hecho en taxi.
Todo esto acontece a partir del minuto 64 de la cinta que lleva por título Eyes Wide Shut. En la película, en algún lugar al norte de la ciudad de Nueva York. En su(s) emplazamiento(s) real(es), y sólo en los planos exteriores, la casa de Mentmore Towers, construida a mediados del siglo XVIII, que revive la arquitectura de los siglos XVI y XVII mezclando los estilos isabelino y jacobino. Pero eso no es todo, otros planos de esa parte de la película, que no desvelaré para no destripar contenido jugoso, se filmaron en el castillo de Highclere, en el condado inglés de Hampshire, usado también durante el rodaje de Harry Potter y Downtown Abbey. Y aún hay más: hechos, de nuevo, que suceden en el mismo sitio en la película se rodaron también en Elveden Hall, finca campestre en el condado de Suffolk, al noreste de Inglaterra. Este batiburrillo de localizaciones compone una de las escenas más perturbadoras, transgresoras y polémicas de la historia del cine.
Introducción para despistados: la película nos narra un pequeño lapso de tiempo en la vida del matrimonio Harford, formado por Bill, encarnado por un magnético Tom Cruise en su epítome de elegancia, y Alice, interpretada por una despampanante Nicole Kidman en la piel de una mujer que transita por su vida con el piloto automático puesto. Él es doctor, ella ama de casa e institutriz de la hija de 7 años que tienen en común. Un matrimonio de clase alta que vive en un ático de Central Park West (en el número 145 del edificio San Remo) con cuidadora y empleada del hogar. Bill se enfrenta a escenas cotidianas en consulta, Alice lo hace acompañada de su hija con los deberes y quehaceres varios de mujer rica. Compras, consultas médicas, cambios de vestuario y fiestas a las que los amigos de su marido les invitan, uno de ellos encarnado por el director Sydney Pollack en un papel breve pero determinante.
Lo reconozco, llevo casi toda mi existencia obsesionado con Eyes Wide Shut, dirigida por Stanley Kubrick y estrenada en julio de 1999. Por alguna razón los traductores de este país decidieron no llamarla Ojos bien cerrados o Grandes ojos cerrados como sí lo hicieron en otros países. Me parece una decisión impecable pues no creo que pueda ofrecerse una traducción fidedigna a lo que realmente transmite su título original. Esta cinta es interesante por muchos motivos, entre los cuales está el hecho de que Kubrick falleciera 4 días después de presentar ante Warner Brothers Pictures lo que, presuntamente, era el corte final. Eso nunca lo sabremos, pero a juzgar por su filmografía y el resultado final, probablemente sea verdad. La película fue ninguneada en los Óscar por lo polémico de su argumento y el tiempo no hace más que resaltar el tremendo error que cometió la Academia de Hollywood. Hoy en día es considerada una obra magna, no sólo de la filmografía de Kubrick, sino del séptimo arte.
Nos encontramos a 23 de diciembre y me parece esencial responder a la siguiente pregunta: ¿Es una película de Navidad? Por su ambientación sin duda, aunque la historia (casi) nada tiene que ver con la época más bonita del año. Sin embargo, la fotografía del filme está rodeada por elementos que dejan muy claro a qué época del año nos quiere trasladar a Manhattan: numerosos árboles de Navidad, normalmente en los salones o a la entrada de las casas, decoraciones por la calle y las típicas luces cálidas estándar que adornan cualquier escaparate. El vestuario, los escenarios y los diálogos son en su mayoría elegantes, incluso cuando no hay nada elegante en las acciones de algunos de sus personajes.
Pero tras sus puestas de escena milimétricas y sus personajes llenos de conflictos internos, se desvela el gran objetivo: adentrar al espectador en un ambiente sórdido lleno de misterio donde la mentira, la perversión y la imaginación se dan un buen festín. La película no esconde sus intenciones de polemizar desde el minuto uno: insinuaciones, alcohol, sustancias, excesos… Salvo por una frase en la película y un par de planos, el sexo no es explícito pero es omnipresente en distintas formas a lo largo de sus 148 minutos. Una mezcla de flashbacks, fantasías sexuales y diálogos enmarcados en un guión que es perfecto. Hay una secuencia de 14 minutos donde Bill y Alice conversan entre seducciones e historias dramáticas. Es muy difícil mantener al espectador tanto tiempo en el mismo escenario: él tumbado en la cama de matrimonio y ella recostada en el suelo, al lado de la puerta del baño en suite. La conversación es adictiva.
El escenario del filme es la inconfundible Nueva York, aunque salvo por los taxis, una escena saliendo por uno de los puentes de acceso a la gran manzana, y una aparición breve de un ejemplar del New York Post, no hay casi nada reconocible de la ciudad. Es más, en gran parte el metraje no se rodó ahí salvo por algún plano exterior. La mayoría de localizaciones que Kubrick usó se encuentran en Londres: Regent Street, los barrios de Chelsea, Soho e Islington, la famosísima juguetería Hamleys… Y es que, si uno conoce La City, puede ver más a Londres que a la gran manzana en el metraje. Pero solo si uno la conoce bien.
Hasta aquí puedo escribir, y debo confesar que tengo mucha envidia de aquellas personas a las que esta obra de arte les resulte ajena. Corred a verla si no lo habéis hecho, insensatos.
Feliz Navidad.