Ojalá

Jordi de Niro
4 min readJun 12, 2024

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El personaje de Bill Nighy está sentado en una mesa untando rebanadas de pan de molde con mantequilla. A su izquierda, y a la derecha del espectador, el personaje de Imelda Staunton desempeña la misma acción con precisión quirúrgica. Tras unos segundos de composición de lugar, Cliff, interpretado por Bill, le dice lo siguiente a Hefina, interpretada por Imelda, mientras ambos continúan con la tarea:

—Soy gay.

A lo que Hefina responde.

— Ya lo sé , — pequeña pausa — ya me di cuenta, Cliff.

— ¿Cuando vinieron los gays? (De esto hablaremos más adelante)

— No puedo hablar por el resto del pueblo, pero por lo que a mí respecta, desde al menos 1968.

La expiración de Cliff, entre el alivio y el asombro, precede a una tímida y honesta carcajada. Hefina le responde con una sonrisa, no dice nada, y sigue untando mantequilla porque es lo que hay que hacer. Un momento de liberación queda adornado por una capa de normalidad y aceptación que sorprende al espectador. Prueba de ello son los veinte segundos que suceden a las líneas escritas más arriba. Instantes que simbolizan que todo está bien, que no pasa nada, que ya está, que el sufrimiento ha acabado. Durante ese momento, se oye una melancólica pero adecuada melodía de fondo que acompaña al roce de los cuchillos con el pan de molde, al ser untado y cortado en triángulos. Y ya está.

Él lleva una americana de felpa gris, un chaleco color burdeos, camisa azul cielo y corbata estampada con un patrón de formas circulares. Su peinado es el propio de una persona de su edad, y parece que algo de laca o gomina da forma a su cabello. Además, su cara vaga entre el enfado, la felicidad y el cansancio. Ella lleva un vestido de manga larga que le cubre casi hasta el cuello. Se intuyen cuadros de tamaño medio de tonalidades azules y rojas con tonos de blanco por doquier. Lleva pendientes de perlas y un peinado de señora. Está contenta y nada asombrada. El vestuario y el entorno, una especie de cocina, llena de electrodomésticos con colores vistosos y puertas amarillentas, no pueden ser más ochenteros. Si alguien viera el fotograma de ambos concentrados untando mantequilla en el pan de molde, nadie diría que ha sucedido, o está a punto de suceder, lo descrito.

Cliff tiene 64 años y Hefina 58. Esta escena ocupa el minuto 92 de la cinta Pride. Lo que parecería un momento de lo más normal en 2024, nos traslada a la región de Powys, en Gales, durante la huelga de mineros que puso al gobierno de Thatcher contra las cuerdas en 1984.

Joe vive en Bromley, suburbio londinense, con sus padres y su hermana. El padre de Joe tiene un taller de mecánica de coches y su madre es ama de casa. Él conduce un Vauxhall (la Opel del Reino Unido) Cavalier, casi más importante que sus hijos. En su veinte cumpleaños, a Joe le han regalado una cámara de fotos nueva. Con ella, Joe acaba, sin saber cómo, en una manifestación que deriva en disturbios de la policía. Pero Joe ese día no vuelve a casa con su cámara del mismo modo en el que se fue, ha visto y ha oído cosas que han llamado su atención.

Desde hace un tiempo viaja con regularidad y acompañado a Onllwyn, pequeño pueblo minero de la región de Powys. El pueblo es minúsculo, está alejado de todo, pero un día, en plena huelga de mineros, Gwen, compañera de Hefina, recibe una llamada. ¿La asociación de gays y lesbianas que apoyan a los mineros? ¿Cómo? ¿He oído bien? ¿Disculpe?

Joe desconoce que tal cosa pueda existir, pero empieza a investigar y se suma a la causa. La acogida en Onllwyn, aunque difícil al principio, se convierte en un vínculo inquebrantable entre unos humildes mineros y los chicos y chicas raros de Londres. Joe ve, observa y aprende muchas cosas. A medida que van pasando los meses, descubre una parte de él que desconocía. Se siente acompañado, integrado y está disfrutando. Nunca pensó que vería a Hefina partiéndose la caja después de encontrar ciertos objetos sexuales en una de las casas de sus amigos de Londres, cuando la asociación de mineros sale de Onllwyn y se mueve por Inglaterra con tal de recaudar fondos para la causa.

Pero entre tanto jolgorio y reivindicación de los mineros, en junio de 1984, Joe sienta a su hermana y a sus padres en el comedor de su casa de Bromley. Su padre no quiere ni verle, su madre queda horrorizada, sabe lo que va a ocurrir, desde hace semanas lo sabe. Pero Joe ha descubierto algo que desconocía y decide irse de casa. Su familia no acepta que pertenezca a ellos. ¿Adónde irá? Qué más da, es más poderoso el saber que tiene una familia fuera compuesta por amigos y mineros. Sabe que quizá pueda empezar por Onllwyn, en Powys.

A Cliff y a Joe los unen muchas cosas, pero Joe no se llama Joe ni vive en 1984. Su familia no posee un inmueble en un suburbio londinense ni conduce un Vauxhall Cavalier. Tampoco ha tenido que irse de casa con 20 años.

Joe ha pasado su infancia en un Opel Astra y viendo Totally Spies en el canal K3. Joe, cuyo nombre real es Dídac, vive en un pueblo del Mediterráneo cerca de Barcelona. Ha sentado a su familia en una acalorada tarde del 19 de junio de 2014 y ha pronunciado las palabras más liberadoras de su vida. Ha recibido una buena respuesta, porque sus padres le quieren y le apoyan. Él es el mismo de siempre, no ha cambiado nada. Sabe que no es lo normal, pero es más que suficiente la tranquilidad que le aporta su circunstancia. Ojalá no haberlo tenido que hacer, piensa, pero no quedaba otra.

Hay muchos Cliff y Joe ahí fuera, este escrito va por todos ellos.

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