Nueva Roma

Jordi de Niro
4 min readOct 9, 2024

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Al margen de lo que le pueda parecer a uno en términos audiovisuales, los primeros minutos de Megalópolis son un espectáculo para la vista que muestra una de las estructuras de acero y ladrillos más hermosas del mundo. El nivel de detalle y contexto es absoluto: formas reconocibles y un aspecto icónico recordado por casi todo el mundo, en una ciudad de la que cualquiera ha oído algo.

La primera vez que visité Nueva York tenía una enorme lista de los edificios con los que muchos años atrás me había encandilado: el complejo del Rockefeller Center, el Empire State, el edificio Dakota, el antiguo Waldorf Astoria, la sede de la bolsa de Wall Street, el edificio Flatiron, Woolworth… Algunos seguían en pie, otros no tendría la oportunidad de verlos, como la antigua estación de Penn Station, derrocada, o las Torres Gemelas de Yamasaki, destruidas. Pero había uno que me llamaba la atención más que los otros, muy famoso y un ejemplo intachable del esplendor del art déco de los años 30. Una joya que deslumbra en medio del asfalto y de cuyo lobby me han echado ya dos veces: el edificio Chrysler.

En la calle 42, a su encuentro con Lexington Avenue, se erigen los 319 metros de este coloso, construido entre 1928 y 1930, obra del arquitecto William Van Alen y el edificio más alto del mundo durante 11 meses. Debe su nombre al magnate automovilístico Walter Chrysler y fue foco de enormes polémicas en su momento, tanto por su inversión como por el estilo propuesto. Este edificio, de ahora en adelante el Chrysler, es conocido por sus numerosos arcos con triángulos, ventanas, que culminan en su punto más alto en forma de cono. Cuatro costados, completamente simétricos en la parte superior y con ligeras modificaciones en los pisos inferiores. Esta zona es conocida como su corona: siete arcos concéntricos que generan una bóveda y que están colocados uno encima del otro. En su extremo superior, la aguja metálica alcanza una longitud de 56 metros.

Su decoración es un aspecto clave ya que en la base de la corona sobresalen águilas, decoraciones de vehículos Chrysler reales de los años 20, y hasta piñas que fueron fabricadas como símbolo de hospitalidad. A partir del piso 61 destacan sus gárgolas, que emulan un estilo gótico más propio de Notre Dame que de un edificio de los años 30, salvo por su iconología. En otros pisos, adornos de capó metálicos (como las insignias de los coches) se asoman junto a tapacubos (discos decorativos) y guardabarros (piezas metálicas que suelen enmarcar ruedas en vehículos y que en este caso sirven de ornamento). Las referencias al gigante automovilístico son constantes.

Su vestíbulo rebosa ecos del expresionismo alemán y el esplendor de la época: sus paredes están revestidas por mármol africano rojo y suelos con travertino de Siena. Su disposición marca el camino hacia los ascensores que poseen una decoración futurista y fiel al estilo arquitectónico.

Si estuviéramos en algún momento antes de 1945, el Chrysler nos podría ofrecer un mirador en su planta 71. Éste se llamaba Celestial y permitía a sus visitantes apreciar los 360 grados de sus techos abovedados en lo alto de la corona. Esos techos fueron pintados con motivos celestes y hasta se colgaron Saturnos de vidrio a modo de decoración. Debido a la competencia con el Empire State, el mirador cerró y jamás ha vuelto a abrir. Sin embargo, y hasta finales de los setenta, exclusivos clubs como el Cloud Club, eran el punto de encuentro de miembros de la alta sociedad neoyorquina. En un intento de proporcionar un estilo ecléctico, Van Alen incluyó en sus plantas elementos futuristas, referencias a los Tudor e iconografía inglesa en varias de sus salas.

Por alguna razón, Francis Ford Coppola decidió que el Chrysler sería uno de los protagonistas en su última película, Megalópolis. Y es que su escena inicial se da en la corona del edificio con el personaje de Adam Driver, Cesar Catalina en el filme, al borde del abismo en todos los aspectos. En el metraje Nueva York no existe, hablamos de Nueva Roma, la ficticia tierra sucesora tras la caída del Imperio romano, una especie de Manhattan llevada al mundo actual. Pocos elementos de la Nueva York actual se reflejan en esa ciudad futurista llena de vestigios romanos. Sin embargo, y se puede entender el porqué, el Chrysler sí ha sido conservado como elemento visual imperdible y escenario de algunas de las escenas más determinantes de la película.

Un edificio con historia y un patrimonio único en el mundo. Hace 4 años resurgió la idea de que un nuevo mirador abriera en su planta 61. A 9 de octubre de 2024, no se sabe nada. A propósito, su vestíbulo es la única parte que actualmente se puede visitar, y de aquella manera, pues según el día el guardia de turno puede echarte. Buena suerte con la empresa.

El edificio Chrysler y Cesar Catalina en una escena de Megalópolis

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