Microscopía de TBS
En los aeropuertos pequeños suceden cosas inesperadas, como escuchar en alemán, y no entender nada, a toda la tripulación que en unos minutos operará el vuelo en el que voy como pasajero. Escucharlos con total normalidad porque están sentados donde los demás civiles se sientan a esperar su vuelo.
Los aeropuertos no solo son una radiografía de personas sino también de destinos. Siempre hay de todo, es una especie de muestra estadística que, de ser medida en cualquier momento, ofrece parámetros similares y profundamente variados. Por un lado, los pasajeros, éstos se mezclan y proceden de distintas partes del mundo. Por otro lado, los destinos, la radiografía regional y local de corto, medio y largo radio es demasiado interesante como para obviarla.
Aleksandre es el nombre del conductor que me lleva, en el enésimo Yandex (una especie de Uber ruso) de este viaje, esta vez hasta el aeropuerto. Lejos de la marabunta de gente de los aeropuertos europeos, Tiflis ofrece un tímido y pequeño edificio y una media de veinte vuelos al día. Para las cifras que solemos ver, esto no es nada. Eso sí, los precios sí reflejan lo que ya hemos visto muchas veces: una Coca-Cola a 15 GEL (lari georgiano, 5 euros). Criminal.
La primera terminal del aeropuerto de Tiflis (código IATA: TBS) se construyó por primera vez en 1952, siguiendo una arquitectura estalinista. El aeropuerto lleva por nombre Shota Rustaveli, en honor al poeta georgiano por antonomasia del medievo. En 1998, la cantidad de pasajeros del aeropuerto era de poco más de 200000, una cifra considerablemente baja debido a los efectos de la disolución de la Unión Soviética y la posterior guerra civil entre 1991 y 1993.
Al aeropuerto se puede acceder en autobús o tren, pero ojo, las frecuencias son con cuentagotas así que la mejor opción son las aplicaciones. Nunca, jamás, hay que llamar a un taxi con la mano. En ese caso, estafa asegurada.
Si hay algo que me fascina de un aeropuerto, aparte del trajín constante de pasajeros, son los destinos que se muestran en la pantalla de salidas. En la jornada de hoy éstos anuncian vuelos que son una retahíla constante de curiosidades: Ufa, Askat, Estambul, Tashkent, Sochi, varios aeropuertos de Moscú como Vnukovo y Zhukovsky, Minsk, Teherán, San Petersburgo… Estamos en otro mundo salvo que es el mismo, pero compartido. Más de la mitad de esos vuelos no existen en la Europa Occidental, bien por ausencia de conexión directa o como consecuencia de la invasión rusa en Ucrania. Así mismo, destacan pocas aerolíneas conocidas en Europa, que se limitan a Qatar Airways (favorita para irse a descubrir algún país del sudeste asiático) y Lufthansa (no necesita presentación). Al otro lado, encontramos la turca Pegasus Airlines, la omaní Gulf Air, la emiratí Air Arabia, la azerbaiyana Azerbaijan Airlines, la iraní ATA Airlines, la armenia FlyOne, las rusas Red Wings (con base en Domodedovo-Moscú) y Azimuth (con base en Rostov del Don). También están la kuwaití Jazeera, y por último, varios destinos operados por Georgian Airways, la aerolínea de bandera del país. La proximidad con Oriente Medio (incluso podríamos incluirlo en la región, yo digo que sí) es patente, así como con los vecinos rusos.
Sucumbo a los desorbitados precios aeroportuarios y pago la friolera de 6 euros por un café. Uno tiene sed, son las 4 de la madrugada, y necesita cafeína. No me hace nada pero es por hacer algo. Lo que no esperaba es tener a toda la tripulación de mi vuelo al lado de donde estoy tomándolo: cuatro azafatas, dos primeros oficiales y un estudiante de aviación. Lo sé por los galones en sus uniformes, las rayitas amarillas o doradas que llevan en las hombreras de las camisas y en las mangas de la americana del uniforme. Son tres (copiloto o primer oficial), y una (estudiante en prácticas).
Feliz vuelo.