Los lotófagos
«Damas y caballeros pasajeros, si alguien se olvidó un termo en la sala de preembarque, por favor, comuníquese con nosotros presionando el botón azul en la parte superior de sus asientos».
Escribo estas líneas entre las puertas 3 y 4 de IGR (código IATA, para los friquis de la aviación). Quiero escribir sobre muchas cosas pero no alcanzo a encontrar el tiempo necesario y no quiero forzarme a escribir por escribir. Sí pienso que es clave hacerlo en el momento. Después, mirando fotos, se puede rememorar todo y confeccionar una buena pieza, pero, sinceramente, no es lo mismo.
La temperatura ha bajado de forma drástica. Si ayer el mercurio marcaba casi 35 grados, ahora son 14. Las lluvias (¿del norte?) azotaron esta zona del planeta ayer por la tarde y durante toda la noche. Relámpagos con sus imponentes y preciosas estelas se apreciaban desde cualquier punto, y en especial, desde la ventana de mi hotel.
Life imitates art o al revés, pero lo cierto es que muchas vivencias superan, o se parecen extremadamente a la realidad que luego plasma el arte. O a veces ocurre al revés. Aquella película o serie que nos encantó, y que de repente viene a nuestra memoria cuando vivimos una situación parecida. En este caso el símil va dirigido a los grupos de turistas multinacionales. Éstos son como cocinar una sopa o unas elecciones presidenciales, no hace falta probarla entera o esperar a que finalice el escrutinio, basta con tomar una muestra como algo representativo. Solo entonces, cuando la analizamos, vemos que se parece bastante al resultado final.
El caso de hoy no es más que otra muestra: la pareja feliz de Costa Rica, él le ha regalado a ella el viaje, los tres matrimonios afroamericanos que proceden de Chicago y cuyo acento les delata, y por último la pareja de amigas de Salvador de Bahía, jubiladas, de setenta y tantos, que lucen prendas de colores vistosos como el rojo pasión o naranja, y un cutis que pido ya para cuando tenga su edad. El guía de hoy, Adriano, que nos habla a todos en una mezcla de inglés, portugués y español que encanta, nos da la bienvenida. El catalán se parece al portugués, me dice, mientras hablan de «portas», «vidros» y otras cosas. Acaba su monólogo inicial diciéndome que Jorges conoce muchos, en Brasil abundan, pero que Jordi no lo había escuchado nunca. No somos el centro de mundo, por si había dudas (esta frase final igual hay que quitarla). Varias conversaciones se solapan y no puedo dejar de pensar que estoy en un episodio de The White Lotus, solo que más real de lo que la serie cuenta.
Me subo a la furgoneta y una voz grave dice lo siguiente: «present yourself». Procedo a ello y en pocos segundos las menciones al Barcelona y al Real Madrid se propagan entre los once ocupantes del vehículo. Se oyen algunas risas y seguimos. Destino: el lado argentino de las Cataratas del Iguazú. En otro lado os explico qué es eso del «lado».
Llegamos sobre las ocho al parque. Los ecos a Jurassic Park son inevitables. Los mosquitos, también, aunque hay muchos menos por la época del año, dice Adriano. El parque es enorme y hay que coger varios trenes para llegar a distintos circuitos que pueden realizarse a través de sus senderos y pasarelas. Proseguimos nuestro camino hasta el sendero que nos llevará a la Garganta del Diablo, una enorme caída de 82 metros donde más de 270 saltos de agua del río Iguazú confluyen y crean un rugido inolvidable. Por cierto, ese nombre no es el oficial, sino el popular. El oficial corresponde a Salto Unión, por la línea que divide Argentina de Brasil.
En los sucesivos trenes que cogemos para llegar allí, Adriano me cuenta que es temporada baja, que solo unos 5000 visitantes visitan el parque en esta época del año, frente a los 20000 que lo hacen en verano. Aquí el clima es subtropical, pero la temporada alta corresponde al verano argentino, y ahora estamos en invierno. Ayer no lo parecía, hoy sí, ya que el termómetro marca 14 grados. La amalgama de climas distintos en las últimas 48 horas es una cosa curiosa.
Sin embargo, Adriano destaca que incluso en temporada alta no se produce un exceso de turistas. No se dan las estampas de casi no poder caminar, de estar agobiado entre la multitud, de tomarse la misma foto apretujado y con poca gracia. A todo eso estamos acostumbrados en Europa y en otras regiones como el sudeste asiático, pero aquí el turismo tiene otra dimensión y concretamente otra magnitud, muchísimo más pequeña. La zona no sufre del turismo de masas que solemos ver. En la era de consumir sitios y no disfrutarlos, el Parque Nacional de Iguazú me devuelve la esperanza de poder exprimir lo que uno ve, como antes. Sacar fotos, tener recuerdos e inmortalizar momentos sí, pero es más importante lo que se queda en la retina que un feed de alguna red social que quedará enterrado en 24 horas.
Puerto Iguazú no es el confín más alejado del globo ni una tierra por explorar, pero es la prueba de que siguen existiendo sitios donde se puede practicar un turismo que no es de masas, tranquilo, y respetuoso con los locales. Y esa es la clave. Todos somos turistas, todos «molestamos» pese a realizar gasto en destino, pero basta con encontrar el equilibrio y ser consecuente con lo que uno hace.
«Apareció la dueña del termo».