Los del vuelo vacío

Jordi de Niro
3 min readJan 15, 2024

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En algún lugar sobrevolando el canal de la Mancha, a 36000 pies, se le escapa una carcajada a Angela. Ella, junto con Tracy, es una de las dos azafatas que vuelan con nosotros hoy. Estamos sentados en la cola de avión, pero tan solo cinco minutos nos han separado entre el servicio de bebidas a los de business en primera fila y a nosotros, situados en la vigesimocuarta hilera. Se supone que debíamos ir sentados en la fila 15, pero un problema con la asignación de asientos, que ha hecho saltar las alarmas de las pantallas de embarque, nos ha movido diez filas más allá.

La razón por la que eso ha sucedido está directamente relacionada con la carcajada de Angela que ha precedido el café que me estoy tomando mientras escribo estas líneas. Esta frase es muy larga y no voy a cambiarla, creo. Pero no quiero ir tan deprisa, os voy a contar algo.

La DLR (Docklands Light Railway) comenzó sus operaciones en 1987 para ofrecer transporte público a los embarcaderos y zonas portuarias de lo que entonces era un suburbio londinense. Desde hace unos años, y con la construcción del aeropuerto de la ciudad de Londres, sirve como nexo de unión entre la ciudad (zonas tan míticas como Canary Wharf) y este coqueto, pequeño pero funcional aeropuerto.

Y por eso escribo estas líneas ahora (Inciso: Angela ha hecho la segunda ronda con el carrito y al café se le han sumado unas pataticas de bolsa, una barra de estas crunchy, como dicen aquí, con avena y cosas de esas para estar fit, y un sándwich de pastrami que tiene mala pinta pero al que no le negaremos el bocado).

Resitúo la acción porque no sé en qué cerro estoy ya: hemos llegado sobre las 12:41 h a la estación de London City Airport, de la DLR, a apenas tres paradas de Canning Town, pertenciente a la Jubilee Line, la línea gris, una de las más concurridas de la capital británica. A las 12:46 h ya estábamos rodeados de anuncios de productos libres de impuestos y colonias de muchas marcas famosas anunciadas en pequeñas marquesinas con gente muy guapa. Esos cinco minutos de escasa parafernalia aeroportuaria no son sino el paradigma de lo que yo llamo un aeropuerto Playmobil.

Un aeropuerto Playmobil es aquel que es como El Prat o Barajas a las cinco de la mañana, o el fast track para aquellos que deciden pagarlo: una sala de seguridad con más vigilantes y personal que pasajeros. Poco ruido, buenas caras, cero prisas y la ausencia total y absoluta de estrés alguno. En London City no hay colas. Sí hay gente pero no molesta, y eso lo convierte en el puerto de aviones más práctico de la zona.

Nos dirigimos a la aeronave bajando por una pequeña escalera. Embarcamos directamente por la pequeña escalerita del morro. El embarque ha durado unos ¿4 minutos? Igual tres. Resulta que nos han cambiado los asientos para equilibrar el avión. Y resulta que la carcajada de Angela no es más que una expresión inconsciente de lo rápido que se ha completado el servicio de bebidas. Casi en tiempo récord.

Hoy somos 12 pasajeros a bordo y 4 personas entre cabina y tripulación. No se engañen, el avión no es pequeño (es un Embraer 190 de 25 filas, para los avgeeks y tal), simplemente un 89% está vacío. No es normal ni habitual, es lo que nos hemos encontrado hoy.

Feliz vuelo.

A propósito de la llegada, el operario que nos ha recibido en el control de pasaportes ha pronunciado de forma entusiasta lo siguiente: «¿Vosotros sois los del vuelo vacío?»

Entre LCY y otro punto del globo

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