Extraños en la colina

Jordi de Niro
5 min readOct 2, 2024

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El conductor del autobús 25 de la ciudad de Skopie hace su aparición estelar sobre las siete y cinco minutos de la tarde, en uno de los tramos intermedios del monte Vodno, que en Google se llama, no irónicamente, Middle Vodno Cable Car, porque se encuentra a media distancia entre su base y el funicular que te lleva hasta arriba. Aparición y estelar del conductor porque llevamos casi una hora de espera desde que comenzamos el descenso del monte en cuestión.

Situémonos un poco: el monte Vodno es uno de los muchos que rodean el valle donde se encuentra Skopie, capital de Macedonia del Norte, ex república yugoslava que declaró su independencia en 1991, en plena caída del comunismo. Entonces se llamaba Macedonia, pero de eso ya hablaremos.

El monte Vodno es especial porque contiene una de las cruces cristianas más altas del mundo (66 metros) y una antena de televisión en construcción que promete ser reclamo para turistas en dos mil veintipico. Se desconoce aún la fecha de apertura porque parece que la obra está parada por falta de fondos, y eso se nota. El lugar está algo dejado y prueba de ello es el mínimo mantenimiento para los que llegan del funicular. Por el momento, es un sitio remoto si lo miramos desde una perspectiva turística típica y los únicos que llegamos aquí, al parecer, somos curiosos que escasean.

El conductor del autobús 25 baja del convoy y con una calma absoluta, cierra las puertas. Sin saber lo que viene, preguntamos si podemos entrar. Nos dice que hasta las ocho no sale, y con su riñonera y su chaqueta prosigue su marcha rodeando el bus. Nuestra cara de asombro es patente, pero no es la primera vez que ocurre esto hoy. Llegados a este punto hay que tomar una decisión mientras anochece en la capital macedonia: bajar andando, esperar el autobús o llamar a un taxi. La primera nadie la haría solo pero somos cinco y por qué no. La segunda se percibe como una pérdida de tiempo por estar parados y, aunque estemos de cháchara, porque ya llevamos una hora así y podemos hablar igual en movimiento. La tercera parece misión imposible y el porqué es demasiado largo de explicar.

En Skopie los horarios de autobús son volátiles. No es que haya unos horarios que no se respeten, sino que directamente no hay horarios. Las líneas tienen frecuencias aleatorias de 27 a 60 minutos y una franja asociada, pero es una lotería la que uno alcance en el momento que toque. Moverse en taxi no es mala alternativa, pero las estafas y los engaños se suceden así que el transporte público, en una ciudad que no es tan grande, se percibe como una buena opción.

Poco antes del momento conductor yo me encontraba en la estación central de autobuses tras regresar de una visita al cañón de Matka. La estación es un monstruoso edificio brutalista de hormigón con innumerables columnas y con apariencia de túnel. Las dársenas están distribuidas por lo que parecen interiores de zonas industriales o marginales de cualquier ciudad. Pero eso es pura apariencia, la construcción es hipnótica y desprende ecos de la época yugoslava por doquier. Además, ésta fue reconstruida tras el terremoto de 1963 que destruyó el 80% de la ciudad.

De nuevo: las casualidades. La casualidad de conocer a tres turistas, una pareja y un amigo de ellos (luego he descubierto que no era amigo, que se han conocido hoy) que son de Buenos Aires y casualmente yo estaba allí hace exactamente una semana. La casualidad de descubrir mientras hablábamos que habíamos venido en el mismo convoy (el 60, de ida al cañón de Matka). La casualidad de tampoco saber que volvimos en el mismo autobús (el 60, pero de vuelta), sobre las dos y algo, pero no lo supimos porque yo corrí tras él y ellos habían hecho lo mismo pensando que lo perdían. La casualidad de que subieran al bus y yo lo hiciera inmediatamente después, pero sin verles. La casualidad de descubrir esto, apenas dos horas después, cuando, en pleno centro de Skopie, tres turistas argentinos se han subido al autobús (ahora el famoso 25, pero de ida) que ellos llevaban esperando una hora en el centro de la ciudad, que yo había esperado 30 minutos en la estación central, y que todo cuadró porque ellos se bajaron antes, yo al final, pero la frecuencia hizo que finalmente subiéramos en el mismo, aunque en paradas distintas. La casualidad de que el hermano de uno de los turistas argentinos viva al lado de mi pueblo natal en España. La casualidad de alucinar con tanta casualidad. Y, no menor, la casualidad de que uno de los argentinos llevara una batería móvil que me salvó, porque, en efecto, tenía serios problemas de batería durante mi espera entre columnas de hormigón.

Son las siete y diez minutos y hay fumata blanca: vamos a bajar andando y dependiendo de lo que vayamos viendo, decidimos si tomamos un taxi más abajo, si es que pasa alguno. Nos adentramos en la carretera, no alumbrada en absoluto, cuesta abajo. La oscuridad es casi completa y se aprecian numerosas estrellas. Lo de casi es porque una luna gibosa creciente nos ilumina de forma sorprendente.

Algún que otro vehículo, aunque pocos para lo mucho que estamos todos acostumbrados al tráfico, pasa cada unos minutos. Desde algún punto del monte Vodno, se aprecia el bullicio y las incontables fuentes de luz que iluminan Skopie. Es un valle plagado de luces cálidas y frías que contrasta con el vacío negro de sus colinas alrededor. Y, como dato llamativo, varias cruces cristianas se aprecian. Cruces grandes y luminosas.

D. le toma una foto a G., bajo la luz de la luna llena en pleno monte Vodno

Termino este escrito con la casualidad que ha provocado la consumación de una agradable cena con cuatro personas (es que se ha sumado un italiano, que viaja sólo y lleva dos meses y medio por Europa dando vueltas) que desconocían su existencia hasta esta mañana pero que comparten unos vinos deliciosos (porque la pareja argentina son sumilleres, fíjate tú) con una etiqueta en cirílico que no entendemos. Sí sabemos que el vino es procedente de los viñedos de Tishvek y que está riquísimo.

La casualidad de ver que compartimos demasiado, o todo, con aquel que realmente no conocemos. Buenas noches, Skopie.

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