En un tren
Tranquilidad. Eso es lo que siento mientras tomo una foto a la parada de metro de O’Donnell. No sólo los motores de los coches han desaparecido, sino que siento una calma interna apabullante. Acabo de torcer por Jorge Juan. Torrespaña aparece y desaparece de entre los árboles y las miles de hojas postradas sobre el asfalto. Llego a Mercedes Formica y me detengo en Enrique d’Almonte. Me encanta esta zona. Me encanta pasear por ella mientras pienso sobre todo y nada. Pienso en las últimas dos horas, concretamente. Todo ha salido bien. Ahora tengo un encuentro y estoy muy contento. El cielo está claro, aunque ya está anocheciendo, y solo alguna tímida nube residual se ve en el horizonte. Si bien es cierto que ahora siento una euforia interna difícil de explicar, retrocedamos un poco, si os parece, unas cinco horas, y así todo cobra sentido.
Quedan 10 minutos para los dos de la tarde. Acabamos de partir y el ruido de las vías se entremezcla con Candy de Rosalía en mi lista de Spotify. Cuando termina, suena el Canon en re mayor de Pachelbel. Qué barbaridad. Creo que puedo admitir que siempre he sido algo extremista en cuanto a gustos musicales, pero os aseguro que eso es de lo mejor que hay. A continuación de Johann, Sinatra se cuela y los primeros minutos de travesía culminan con la obertura de Nabucco.
Mientras suenan las primeras notas, las mismas preguntas abordan mi cabecita: cómo va a reaccionar, si habré hecho bien, qué ganas tengo de hacer esto, fue una buena decisión, todo ha sido improvisado pero qué guay… Un sinfín de situaciones y posibilidades copan mis neuronas. No sé por qué dudo, si todo va a salir bien. Sí, es casi seguro. Mis dudas son infundadas e irracionales. Tampoco os penséis que me estoy jugando la vida o algo, vamos a bajar el listón, solo por si acaso.
No cojo este tren desde el 23 de junio de 2021. Me parece importante hacer hincapié en esto, puesto que las últimas cuatro veces que he visitado la capital del Reino (sí, así la categorizo yo jocosamente) lo he hecho cogiendo los mismos trenes, de jueves por la tarde a domingo por la tarde. Esta vez es distinto. Esta vez no es otro jueves más (nunca lo es cuando se trata de Madrid) ni está planeado como siempre. Esta vez voy de incógnito. Apenas un par de personas saben de mi visita, y la tercera presente en mi seserita, reside en la completa ignorancia. Eso me gusta y me produce un chute de adrenalina. No suelo hacer estas cosas, y la inmensa ilusión que llevo dentro me hace sentir más feliz que un niño en Reyes. Confirmo que este tren lo cogí el año pasado. He hecho el esfuerzo de revisar mi mail y ver que cuadraban el horario y el número de tren. Lo que parece friquismo yo lo llamo mera curiosidad.
Volvamos al interior tren. Estoy sentado en una de las configuraciones de cuatro traseras del coche no sé qué número porque no me acuerdo. Enfrente de mí tengo a dos turistas, presumo, filipinas. Os estaréis preguntando que cómo se eso. Y preguntáis bien. Hace dos días vi una serie en Filmin sobre madres ricas políglotas de Sidney, donde sus canguros hablaban tagalu, y me aventuró a decir, ya no solo por cuestiones aspectuales, que ellas dos lo están hablando. A mi izquierda tengo a una especie de ejecutivo, no lo sé muy bien. Una descripción cliché cuadraría: engominado, pelo canoso, traje marino impoluto y una mochila Samsonite azul navy impecablemente conservada. En el otro cuadrante hay dos parejas de estilo campechano, intuyo que de algún lugar de la Sierra. Desde que han entrado no han parado de hablar de su viaje y de que en los otros trenes también iban a contramarcha. Yo, desde el otro lado, reclinado en la ventana (me encantan los asientos que te permiten observar el paisaje, menos los que son a contramarcha) me limito a escribir, escuchar y observar. Mi deporte favorito, si me preguntáis.
Casi nunca leo en el tren, pero el número de Fotogramas en la estación de Sants era tan llamativo que no he podido ignorarlo. Me siento y dejo la tirada encima de la mesa. Es hora de comer (llevo un bocadillico de espetec, del bueno, no os preocupéis) pero opto por poner un poco de música y contaros cosas. Antes de empezar he pensado sobre ayer. Madre mía, ayer. Ayer fue una montaña rusa. Si hace dos días vi The Holiday y parecía lo más emocionante de la semana, ayer quedó relegado a algo anecdótico aunque aún significativo en estas fechas.
Situémonos de nuevo. Ayer lloré a mares, no voy a disfrazarlo de nada. Después de zamparme enchiladas, tacos varios, y beber micheladas, acabé en la tercera fila del Teatre Nacional de Catalunya, a punto de ver a Juan Diego Botto encarnar a nuestro querido Federico García Lorca. Fue soberbio. La cadencia, el tono, el humor, la historia; absolutamente todo. No es que no lo sepa, pero cada vez que me emociono en una butaca, me acuerdo de por qué adoro tanto al teatro. Todo esto lo recuerdo mientras suena la redada del 33. Qué súper canción, ¿eh?
La razón de mi visita es alguien cuya existencia desconocía hace 12 meses. Alguien que fue mencionado por otro amigo, de forma aleatoria, en un café de Barcelona un 14 de enero, horas antes de que diera positivo en Covid y tuviera que cancelar mi viaje a Nueva York in extremis. En ese momento yo pasé olímpicamente, claro. No solo porque no me despertó ningún interés, sino porque mencionamos a otros tropecientos seres humanos. Lo tremendamente curioso es cuando ese alguien se materializa en un él o ella. En tu él. En tu ella. En tu amigo. En tu amiga. En tu confidente. En tu confianza. En ese momento, todo cambia. No se por qué dudo de cómo vas a reaccionar. Permitidme que cambie de persona, pero ahora quiero dirigirme directamente a ti. Estoy de camino. De los nervios. Todo bien eh. Pero de los nervios. Me mola esto pero. Eso, de los nervios. A ver qué tal.
Un jueves no te conocía. Al segundo acababa de volver de Egipto. Al tercero Isabel II murió mientras atravesaba Calatayud. Al cuarto, Midnights sonaba a todo trapo en mi iPod para ponerme al día. Tres estaciones y muchas situaciones.
En este quinto jueves, tú no lo sabes, pero nos vemos en un ratito.
Qué ganas. Qué subidón. Qué amistad.
Lo pasamos bien. Requetebien.