En los jardines (الرِّيَاض)
El calendario marca viernes, aunque la sensación es de sábado puesto que hoy comienza el fin de semana en el mundo islámico. Los objetivos son claros: día de descanso, oración y estar con la familia. Por la mañana y quizá hasta el mediodía, porque a partir de entonces la transformación en las calles será total.
Salgo de mi hotel de la calle Tahlia (شارع التحلية), bulliciosa por excelencia al atardecer, en pleno distrito de Al-Olaya (العليا). Sobre las nueve de la mañana las calles están completamente desiertas y no hay ni una décima parte de los coches que había anoche. Impresiona, pues ayer esto era un carajal de automóviles, cláxones y muchos peatones. El juernes aquí es real, pues muchos hacen planes el cuarto día de la semana por la noche, en vísperas de la fiesta del viernes.
El juego en esta última jornada de enero está claro: dejando a un lado los coches, que aunque pocos, los hay, el objetivo es contar con cuántas personas me he cruzado en mi paseo matutino. He llegado a andar 10 minutos por la calle Olaya sin cruzarme con nadie. Ni tan siquiera con un operario de algún edificio o valet, que aquí hay muchos en las recepciones de los edificios. Nada. Cero. Solo es comparable a grandes ciudades a las seis de la madrugada una calurosa jornada de agosto. La verdad es que a las diez de la mañana nunca había visto algo así. Además, hoy algunos comercios abren a las cuatro, cuando comienza la vidilla del fin de semana. También hay los que no cierran, o tienen horarios monstruosos como de seis de la mañana a una de la madrugada. Luego están los locales que nunca cierran.
En un intento de buscar dónde podía desayunar, me he encontrado con el enésimo sitio de café de especialidad gentrificado. Sí, ni está parte del mundo se salva de eso. Los precios son parecidos a Europa, el coste de vida es mucho mayor. Entro en KLUMA, en la calle 62 con Wadi Awal (وادي اول), entre la calle Olaya y la calle del Rey Fahad (فهد), en plena ciudad de Riad, capital de Arabia Saudí. Estaba todo muy rico.
Salgo del café y me cruzo con un grupo de seis chicas. No me lo puedo creer, es la primera señal de vida humana que veo en el exterior en la hora que llevo paseando. Van a un interior, por supuesto. Y nada de pasear, claro, aunque no es por el calor (de hecho, hace frío ahora mismo) sino que hoy es día de relax y de charlar. Familia, amigos y descanso.
Entro en Al Wurud 2 (الورود 2), una de las estaciones de la recién estrenada línea azul del metro de Riad, una obra de ingeniería colosal de la que ya hablaremos en otro momento. Las dimensiones de esta estación son indescriptibles, y forman parte de una hazaña faraónica que prevé un aumento de pasajeros exponencial en los próximos meses.
Llego al andén y me dirijo a las barreras que dan acceso a los coches que llevan por nombre Single (الأفراد), que en árabe se pronuncia como al’afrad, traducido como los individuos. Aquí podríamos tener una larga discusión sobre la traducción y añadir que sirve como eufemismo para coches donde solo hay hombres. Esta categoría coexiste con las de Family (العائلات), aleayilat, las familias, donde van matrimonios e hijos, y la de First Class (الدرجة الأولى), aldarajat al’uwlaa, que no necesita presentación. El precio por viaje, con cualquier número de transbordos en la red de transporte en las dos horas posteriores, es de 4 riales (un euro y pico). El de primera clase asciende a 10 riales.
Pese a que está muy vacío, en los coches del metro por fin se aprecia algo de vida humana. No hay nadie de pie y hay asientos de sobra. Entro. Normalmente estoy de pie porque no me gusta sentarme, y lejos de parecer un detalle insignificante, lo menciono por algo. Pasa a mi lado un trabajador del metro, un operario o algo así. Lo sé porque va vestido de verde y luce una americana con el logo del metro de la ciudad. Me mira con duda. Sigue su camino. A los pocos minutos regresa y me pregunta si me quiero sentar. Le digo que gracias, pero no, prefiero estar de pie. Soy el único que está de pie.
En el transcurso de esta travesía hacia el sur de la ciudad, donde se encuentra el casco antiguo, pasamos por estaciones como Ministerio del Interior, Departamento de Pasaportes o el Museo Nacional. El mozo de verde, acabo de deducir, se dedica a andar por los coches arriba y abajo supervisando que todo esté bien y proporcionando ayuda para aquellos que la necesiten.
Algo que no me acaba de convencer es que casi todas las estaciones son iguales. Igual de impresionantes pero iguales. Se nota que es nuevo y que irán añadiendo más elementos. Hasta los paneles de publicidad están en blanco, no se sabe si habrá publicidad como tal o retratos de los monarcas. Aguardamos expectantes.
Me bajo en la estación de Al-Bat’ha (البطحاء) y realizo mi primera incursión por la carretera del rey Faisal (فيصل). Paso numerosos negocios y veo a muchos trabajadores andando en todas direcciones, la mayoría de origen indio. Me quedo también embobado frente a una gasolinera: el litro de plomo 95 a 60 céntimos. Viven de esto, sí, pero no deja de ser llamativo. Me detengo en la parada del Museo Nacional y giro por la calle del rey Saúd (سعود), un precioso bulevar con estaciones de bus y muchos árboles. Entro en la plaza Al-Murabba (المربع), una explanada con cuatro pilares y altavoces para las horas del rezo. Justo al lado, y en frente del palacio que lleva el mismo nombre, hay unos caminos de tierra y un parque con algunas familias, todo locales, pasando el sábado (viernes) de forma relajada. Llego a Al-Dalam (الدلم) y leo unas señales que tengo que traducir porque sabré leer árabe pero no conozco la mayoría del vocabulario. El cartel dice que las zonas verdes son solo para familias. Bueno, no se lo diremos a nadie, solo por si acaso.
En Al-Watam (الوطام) cruzo por una calle y me meto en un supermercado, una de las actividades que más me gusta hacer en el extranjero. Es verdaderamente excitante. Luego sigo por Ibn Quzam (بن قزام), una autovía no me deja cruzar al otro lado. Aquí esto es lo normal. Ando un poco más y giro por Al-Salam (السلام). Todos los edificios son bajos, tres plantas como mucho, y de colores claros. Hay contenedores en la calle y muchos gatos. Algún minarete pero poca cosa. El ambiente es tranquilo. Muchos coches aparcados, principalmente Toyota, Hyundai y Honda. También los hay de muchas marcas chinas que no he visto en mi vida y cuyo nombre no recuerdo (bueno, sí, FOTON, por ejemplo).
En la calle Al-Imam Turki Ibn Abdullah (الإمام تركي بن عبد الله) me encuentro con decenas y decenas de fieles, todos hombres, que caminan en dirección contraria a la mía para dirigirse a la gran mezquita que lleva el mismo nombre. En 47 minutos es la gran oración del viernes. Muchos llevan sus tobas y algunos visten atuendos propios de la población saudí: la abaya (que cubre todo el cuerpo y es de colores claros) y la shemagh (pañuelo de tonos rojos y blancos que cubre la cabeza) que se sostiene por el agal (cuerda negra con doble lazo para fijar la shemagh).
Llego a la plaza Deera (ساحة الديرة). Los fieles van entrando en la mezquita y yo me quedo embobado con una enorme bandera con su mástil, que hoy ondea porque hace mucho viento. Mi próxima parada es la fortaleza de Al-Masmak (قصر المصمك, que significa el palacio de la fortaleza), pero me parece que está cerrada. Sigo andando y, de nuevo, calles desiertas, mucho sol y 21 grados.
A propósito, Riad en árabe (الرِّيَاض), romanizado ar-riyad, significa algo así como los jardines o los prados.