Decidir
Es gracioso porque ahora mismo debería estar en Barcelona-Sants cogiendo un tren dirección Madrid-Puerta de Atocha. Sin embargo, me encuentro ya en la capital del Reino mientras el ansiado ocaso de mi jornada laboral se aproxima. Hace fresquete y un día espectacular, y yo, en términos cuánticos, no debería de estar aquí. Esta última frase es una licencia nolaniana que he querido escribir porque sí, tampoco nos pongamos dramáticos. Vamos a ello.
Es cierto que a veces los árboles no nos dejan ver el bosque, del mismo modo que a medida que crecemos, nos vamos pareciendo más a nuestros padres. Aquellas decisiones que nos parecían nimiedades en la infancia, por incomprensión o por pura ignorancia, se convierten en pilares fundamentales que determinan nuestra vida.
Decidir es la base de nuestro día a día. Como decía Sartre: «Ne pas choisir, c'est encore choisir», y tenía más razón que un santo. Un día es un cúmulo de decisiones, que van desde el tipo de vaso para verter la leche del desayuno, a torcer por un extremo de una calle u otro. Decidir te cambia la vida, aunque a menudo no seamos conscientes de en qué forma. Si nos ponemos marvelianos, es asombrosa la cantidad de posibilidades distintas que alberga una sucesión de elecciones.
Decidir es cambio. Decidir es mantener hábitos o poner patas arriba una vida entera. No he escalado el Everest ni desarrollado la teoría de la relatividad, pero si he experimentado una bonita montaña rusa en la últimas cuatro semanas. Vivir en Le Plateau-Mont-Royal, tener Nueva York a hora y media en avión, ir al concierto de Beyoncé en Toronto, disfrutar de una pequeña Europa en América, volar durante cinco horas y seguir en el mismo país... Suena increíble. Lo último igual no, pero el envoltorio es, cuanto menos, suculento. Todo eso es lo que no voy a experimentar. No ahora, no me malinterpretéis. Sin embargo, era lo que se suponía que iba a pasar. Ya no. Ahora la prioridad es otra. Ahora todo parece claro. Es claro en una configuración desconocida. Es claro dentro del caos del cambio. Siempre me han parecido curiosas las conclusiones que sacamos sobre lo que nunca ha ocurrido. Lo que no ocurre, no existe. Y lo que no existe, es igual de válido que un sueño o un billete impreso. Aspirar a ello es magnífico, que se materialice es algo muy distinto. Y, por supuesto, que algo no suceda no implica su descarte; todo tiene su tiempo, su momento.
Un tren de alta velocidad que no tomaré esta tarde hacia Madrid; unos vuelos transatlánticos en los que no me subiré en siete días; unas clases de francés que no daré... Pero tomaré y me subiré en muchos otros y hasta daré clases de urdu si me da la gana. Porque, lo bueno de las decisiones, es que a menudo postergan lo que está por venir porque simplemente no es el momento.
Cómo me alegro, de estar donde estoy y de escribir esto, no os podéis hacer a la idea.