De protectorados y cines
Es nuestra tercera visita a Marrakech, pero la primera vez que visitamos el barrio de Guéliz, en plena Nouvelle ville. Acabamos de degustar un suculento manjar en el restaurante Azar, reclamo de occidentales y expatriados, como les gusta llamarlo aquí. Este restaurante, como tantos otros, alberga todo tipo de prohibiciones como el alcohol o la exhibición femenina. Como el dueño del riad en el que nos estamos quedando nos ha dicho, de puertas para afuera no ocurre nada, pero hacia adentro, puedes encontrar cualquier cosa.
En Azar la atmósfera es tranquila pese a estar lleno de gente. Varias lámparas de tonos anaranjados y rojos alumbran los distintos salones que se distribuyen en dos plantas. Las paredes y el techo son desiguales, pues están recubiertas de una especie de placas metálicas que adivinan varias formas geométricas con multitud de vértices.
A mitad de cena, una mujer vestida con atuendos regionales nos sorprende bailando al son de un tambor y una melodía popular. A su vez, porta una bandeja metálica encima de su cabeza, con un candelabro y hasta seis velas encendidas. Se mueve como nunca nadie se ha movido. Agita todas las partes de su cuerpo, y por supuesto, la bandeja sigue intacta y no causa altercado alguno. El asombro del resto de comensales es notable, pero nosotros no llegamos al punto de pedirle una foto a la mujer que acaba de deslumbrarnos. Algún que otro billete en forma de propina se posa sobre su abultada falda, la escena queda completa.
Nos detenemos durante unos minutos en el bulevar Moulay Rachid, a tan solo tres minutos del restaurante. Son casi las doce de la noche, pero bien podrían ser las cuatro de la madrugada. La calle está prácticamente desierta y las únicas luces que nos alumbran son una farola que se apagará de un momento a otro y los neones verdes de la gasolinera de enfrente, Winxo, que tiene a un par de motoristas repostando.
Nos decidimos a esperar un poco más y me fijo en que estamos en la esquina con la Rue Yugoslavie. Aquí no importa que el país lleve desaparecido 32 años. Tomo una foto del cartel, me parece algo mucho más auténtico que cualquiera de las trampas para turistas que posee esta ciudad.
Justo en la esquina del bulevar Moulay Rachid con la Rue Yugoslavie, aprecio de nuevo las letras de la fachada del edificio de ladrillos, de apariencia antigua, que tenemos justo detrás. Están configuradas en una media luna y encima de un espacio rectangular, donde se puede leer Cine-Palace y Theatre Attractions. Está abandonado, es el número 46 de la calle y una verja deja entrever su interior, pero está todo a oscuras.
Basta una pequeña búsqueda para descubrir que se trata de un edificio construido en 1926 por el arquitecto Serge Escharavil, durante la época en la que el país fue protectorado francés. Idea de un magnate conocido como Monsieur Friggeri, se convirtió en uno de los cines más importantes del reino alauita. Originalmente poseía dos salas cubiertas y una al aire libre. Artistas de la talla de Nat King Cole o Rita Hayworth actuaron en él.
El cine cerró sus puertas en 1984, y desde entonces, el edifico está abandonado. En octubre de 2018 fue parcialmente destruido pero su fachada exterior sigue en pie. Hay varios artículos en Google que dicen que será demolido para la construcción de un hotel. Un auténtico crimen.
Las calles siguen desiertas y no hay manera de lograr atrapar un taxi. Volvemos al restaurante. Tras una discusión entre tres taxistas para ver quién nos lleva de vuelta al riad, emprendemos nuestro camino de vuelta a la medina vieja.
A propósito, en los 80 Marruecos poseía 270 salas de cine, hoy en día solo 30.