De Amapolas a Falena

Jordi de Niro
5 min readSep 25, 2024

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«Dos veces en la misma esquina. Con un año de diferencia pero… Cuando dicen eso de que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio…»

Salgo de Eterna Cadencia en el número 5582 de la calle Honduras. Me encuentro en Palermo Hollywood, parte del barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires. Hace unos años era una zona muy tranquila y modesta, un barrio viejo y poblado mayoritariamente por gente de avanzada edad. En los últimos años se ha producido un gran cambio, pues la gentrificacion y remodelación de varios edificios lo ha puesto de moda, especialmente entre la gente joven. Eterna Cadencia es una librería que combina lo moderno con lo clásico. Un sitio donde puedes tomar café, sentarte en una butaca a admirar sus estanterías de madera de caoba o el globo aerostático que tienen por decoración. Es un sitio muy agradable.

Vengo de Falena, en Charlone 201, en pleno barrio de Chacarita, al sur de Palermo. Mi llegada aquí ha sido algo confusa. El taxi me ha dejado sobre las siete de la tarde en lo que se suponía que era la localización marcada. Tengo tiempo, en Google Maps pone que cierran a y media y son las siete. Sin embargo, miro a mi alrededor y no veo nada salvo un edificio de ladrillos que está tapiado. Parece que hay luz dentro pero pienso que es una casa particular o abandonada o algo así. Voy al bar de enfrente y pregunto. No saben nada. Camino una cuadra más (aquí se dice así) y pregunto en el Central Newberry, una especie de bar y galería de arte. Allí me dicen que sí, que Falena está en la esquina donde me habían dejado. Que no parece que haya nada pero que llame al timbre. Hay una puerta de madera y un pequeño interfono metálico. Es que parecía que no había nada, digo. Sí, sí, así es. Tú llama sin miedo y te abrirán, pero creo que cierran a las siete, me responde uno de los amables camareros. Veremos ahora si gana Google o el camarero.

Salgo raudo y veloz de Central Newberry. Faltan cinco minutos para las siete y el móvil me dice que tengo 35 minutos. No sé a quién creer pero me planto en la puerta de madera en la calle Charlone justo en la esquina con Santos Dumont. Se configura todo como me dijeron: la puerta tiene a su derecha un pequeño timbre plateado. Antes no lo vi, pasó completamente desapercibido. Llamo de forma apresurada y me abre una chica joven que lleva un fular de tonos verdes envuelto. Pregunto de forma atropellada si están abiertos y hasta qué hora. Me dice que sí, que pase y bienvenido.

He acabado aquí por recomendación de una de mis librerías favoritas de Madrid, Amapolas en octubre (Pelayo, 60). Y, como cabía esperar, ésta es absolutamente fabulosa. Me reciben una chimenea con un fuego hipnótico y un grupo de señoras sentadas en varias butacas. Combinando plantas, bigas y puertas de madera, varias estancias acogedoras conforman esta peculiar librería. Hay mesas, butacas, y escaleras que llevan a otra planta. Entre medio de las dos grandes estancias, hay una terracita donde se puede tomar café y que se aprecia a través de enormes cristaleras . Me dirijo a la sala del fondo, que tiene una gran estantería en la pared con infinidad de libros y otra isla central con más material. Ésta sala comunica con la zona media mediante otra ventana de cristal con franjas negras.

Charlo con la dependienta. Le digo si puedo cargar el móvil porque me estoy quedando sin batería (qué novedad). Lo hago porque sé que voy a comprar un libro sí o sí y que no se perciba como un abuso de hospitalidad. «No, por favor, claro». Pongo mi cel a cargar y empiezo con mis dudas. Le pido consejo a Felicia. Le digo que leo un poco de Plath, Dunne, Labatut… De todo pero no. Me recomienda uno de Leila Guerriero. Le digo que tengo pendiente La llamada, y me respondo le que todo lo que ha leído de ella le ha fascinado pero que justo ese no lo ha leído. Intercambiamos unos minutos más de pareceres y recomendaciones y termino adquiriendo dos libros de Boris Groys para regalar y un par de libretas monísimas a modo de merchandising.

Antes de irme, pregunto sobre el barrio donde estamos, Chacarita. Está relativamente alejado de la zona más turística y si no fuera por que me lo dijeron, no habría acabado por estos lares. Felicia me explica entusiasmada que ha cambiado mucho en los últimos años. María añade que hace tiempo que no tiene altercados callejeros (robos) y que la última vez que le pasó fue en una esquina. La misma esquina. Pero con un año de diferencia. Suelto una pequeña carcajada sin ánimo de ofender porque lo cuenta con gracia y ella misma se está riendo. No pero ahora está bien, está genial, termina Felicia.

Salgo de Falena con mis pesquisas. De nuevo me monto en un taxi y al volante está Germán. Como ya es habitual, entablamos conversación de forma rápida con sendas ganas irrefrenables de hablar. Me dice que hace un rato había mucho tráfico porque juegan en la cancha de los River. Sé que el tema va de fútbol, pero le digo que qué estadio es ese. Al norte, el Más Monumental, antes de llegar a a Vicente López. Es que juegan las eliminatorias del mundial. Hoy Chile con Argentina. Todo un evento. Juegan a las nueve, y ahora ya el tráfico está mucho más fluido pero hace un rato…

No sé cómo la conversación sobre el fútbol se prolonga. De nuevo, qué novedad. Del segundo no se acuerda nadie. Cuando Alemania marcó 1–0 apagué la tele. Si no te gusta el futbol algo te pasó en el medio. No hay ciudad en el que la pasión no esté con el fútbol. Da igual lo chiquito que sea el club. Es pura celebración, sobretodo celebración de barrio. Trabajé en Paraguay y recuerdo como recibieron a la selección, que había quedado quinta. No entendí nada. Pero sabes lo que te digo. Aquí se ve mucho futbol español y están todos en el estadio sentados y en orden. Me entiendes lo que te digo. Aquí es otra cosa. Fíjate que cuando Argentina ganó el mundial se movilizaron 7 millones de personas.

Guau, suspiro.

Germán se despide con una afirmación sobre su trabajo como taxista, en el que lleva 35 años: con pasión da igual que haya tráfico, que llueva o que haga calor. Lo va a hacer con gusto igual.

Me bajo del taxi con una sonrisa interior. A veces hace falta muy poco para pasar un rato agradable con una persona desconocida hasta pocos minutos antes y que la ha escogido el azar de un aplicación de transporte privado.

Llego sobre las nueve de la noche al hotel y pongo el canal 26. Tras un anuncio de 220.000 pesos si llevas tus ahorros a BBVA, el presentador del boletín de noticias de ahora habla del éxodo de «la dictadura de Maduro», del «drone bomba» sobre Guayaquil y de la jura de Barnier, «más viejo que Attal pero más experimentado», como nuevo primer ministro de Francia. Es la primera TV que veo en una semana y las diferencias en el lenguaje son notorias. Me gusta.

Eterna Cadencia, Honduras 5582, CABA

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