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«Mi madre está viva, mi hermana está viva, mis hijos están vivos. Vaya a preguntarle a otra persona». Ésto le dijo Tajfun (pronunciado taifun) a un reportero de la BBC en junio de 1999 en la pequeña localidad de Prizren, parte de Kosovo, territorio controlado por la República Federal de Yugoslavia (entonces formada por Serbia y Montenegro).
Tajfun tiene pasaporte serbio y kosovar. Tiene 57 años y lleva un pequeño hotel de lujo en Prizren, al sur de Kosovo. Habla inglés, serbio, albanés y chapurrea el noruego porque trabajó allí una temporada. Su esposa es bielorrusa, de padre ruso y madre estonia. Sus padres, de Serbia. Su hermana vive en Hamburgo y sus hijos en Bruselas.
«Ellos estuvieron durante y después de la guerra. Los reporteros de la BBC. Su labor fue impecable».
Lo he escrito mil veces pero quiero repetirlo una vez más: las mejores cosas son aquellas que ocurren por casualidad y normalmente fruto de la improvisación.
Esto ha sido así: bajo del castillo de Prizren al límite de batería y en busca de un enchufe. Aprendí de una buena amiga que siempre hay que llevar el cargador a cuestas porque nunca sabes dónde encontrarás un enchufe. Tampoco aprendo pues no llevo conmigo ninguna batería externa, ya que siempre aparecen esos enchufes, ya sea en bares, hoteles o lugares insospechados.
En mi camino colina abajo me acerco a un sitio chic, muy moderno, en el que pone Hotel Restaurant Cafe. Entre señales con la palabra Kalaja, que significa fortaleza, encuentro la entrada del hotel. Entro en recepción y con una timidez muy poco propia de mí pregunto si tienen un enchufe. El hombre que está al mando de la recepción se levanta apresurado y extasiado y saca un cable USB. Me dice que tiene cable. Le respondo que traigo el cargador conmigo.
«Lo enchufamos y lo dejamos aquí. Siéntate, siéntate. Voy a hacerte un café». Digo que qué puedo consumir. Responde que no, nada, no, ni hablar, que si me lo está ofreciendo es porque lo hace. «Sabes, cuando veo gente que necesita ayuda, y yo necesito ayuda, lo mejor es ayudar, nunca sabes cuando vas a necesitar ayuda. ¿Azucarillo grande o pequeño? Es café turco, espero que te guste, si no te gusta no tengo otra cosa. Siéntate, siéntate. Deja tus cosas aquí».
Asiento repetidas veces y salen de mi boca más síes de los que he pronunciado en mi vida. Éstos son sucedidos por varios gracias y numerosas muestras faciales de agradecimiento. El hombre me habla desde el otro lado de la barra. Estamos frente a la recepción donde hay una zona de estar y una pequeña barra de bar. Pierdo la cuenta de las cosas que me dice a través de la barra. Yo, sentado en un sofá a pocos metros, voy respondiendo con monosílabos. Hago un amago de levantarme pero me dice que ya viene, que ya viene. Que el café está casi listo.
«No es nada, no es nada, siéntate y tienes baño también si necesitas. ¿De dónde eres?».
El hombre se sienta y me entrega el café ardiendo. Me cuenta muchas cosas pero me quedo con que formó parte del ejército yugoslavo porque no había otra, era lo que tocaba. A continuación se lamenta de ver que la historia se repite. «Tú no puedes ir a un sitio y decir esto es mi casa, ¿me entiendes? Yo no voy a Barcelona y digo esto es mi casa. Pues es lo que está haciendo Putin en Ucrania. Es que no tiene sentido, ¿sabes? Mira a tu alrededor. Lo has visto. Esto ha sido Imperio romano, bizantino, otomano... ¿Y eh que no vienen los turcos y dicen esto es mío? O lo mismo en España. Pues estuvieron los árabes y no es suyo. La historia es la que es».
Me pregunta su nombre y a mí el mío. Hace cierta asociación con cierta estrella muy popular de cierto género visual, y se rompe a reír. Yo también. Me dice su nombre y le pregunto que cómo se escribe. No me ve convencido y saca su identificación oficial serbia. Me la ofrece sin reparo. La cojo y ahí lo veo y puedo leer: Tajfun.
Tajfun prosigue y gesticula refiriéndose a los alrededores. Comenta que en estas calles, hace apenas 25 años, sucedía lo mismo que hoy en día ocurre en Ucrania. «A mi me llevaron tres o cuatro veces. Pero yo era cocinero y les interesaba que pudiera prestar servicios. Tres, cuatro veces. A cuatro o cinco amigos míos se los llevaron. Y bueno, ya sabes. Mercenarios, eran mercenarios. Sacaron a toda la gente de la cárcel y empezaron a asesinar a los albaneses. Todo por la etnia. La única razón era esa. Compartimos mucho con Albania, ¿sabes? Ellos nos ayudaron mucho».
«Yo he visto lo que ha pasado en Bosnia. He visto lo que ha pasado en Croacia. Y veo lo que está pasando en Ucrania. Pero incluso el otro día, estaba en el hospital en Belgrado, operaron a un familiar. Porque sabes mi hermana tuvo que estar ingresada. Dos semanas estuve allí. Nadie me dijo nada, pero, estaba en el hospital y decía ¿por qué sigue pasando esto?».
Tajfun dice muchas cosas y me deleito escuchándolo. Es historia viva y personificada. Repite constantemente que algunas cosas que dice son hechos y que otras son su opinión. Sin embargo, se limita bastante al dar su opinión y me narra hechos históricos que él vivió, de forma efusiva. Yo me quedo embobado y no sé qué decir. Sigo escuchando, es completamente adictivo.
«Con Tito nos convertimos en república dentro de Yugoslavia. Primero teníamos régimen especial y luego república con su Constitución. Pero luego todo cambió. Entonces solo Ladas de Rusia, no podíamos comprar de España o Alemania. Ahora sí. Y ganamos nuestra independencia en 2008. Y el año pasado los visados de trabajo. Pero también te diré una cosa: cuando los serbios quieran entrar en la Unión Europea ya verás si nos reconocerán. O la UE ya se encargará de ello. Cuando interese esa postura, allí estarán».
Me despido de Tajfun y no sé qué pensar. Es importante que el móvil esté cargado, pero al final, es lo de menos. Yo qué sé.
«Tú vienes aquí, yo te ayudo, no te pido nada a cambio, al final, ¿cuál es la diferencia entre nosotros? Qué más me da tu religión, tu ideología. Nada. Hay gente mala pero la gente buena somos todos iguales».
Y mucha razón lleva.
Es la hora de comer y quiero continuar la conversación, pero este hombre tiene que trabajar y yo reanudar el turismo. Termino con una última pregunta, aunque creo que sé la respuesta, acerca de por qué no habló con la BBC:
«Yo he visto muchas cosas. Muchas y muy feas y violentas. Pero a mí no me pasó nada. Y aquí estoy, vivo».
De conversación real he omitido muchos datos y modificado ligeramente algunos que no alteraban el relato, por respeto. Gracias por leerme.