Carol
Pasan unos cuantos minutos de las nueve y media. Acabo de enviar dos postales y pienso una vez más en lo bonito que es. Alguien predijo que en 2022 no habría envíos de puño y letra. Se equivocó. La verdad, os tengo que ser sincero, no sé exactamente sobre qué escribir hoy. Tengo tantas cosas en la cabeza que pido disculpas por la más que posible falta de cohesión y coherencia de estas líneas.
Hace unos días que pienso en varios temas: el amor, la amistad, el poder, el dinero… No hombre no, os estoy tomando el pelo, esto más bien parece la enumeración de cualquier conjunto de cosas lo suficientemente genéricas para dar una charla de cuatro horas sin decir nada. Quería hablar de cine, de la Navidad (quizá es más apropiado que sea de la Nochevieja) y de la amistad. Del tú de cada uno. De aquella persona a la que no te atreves a decirle que te encanta y que por qué no nos tomamos algo o vamos al teatro. De aquella persona que hace esto y no te gusta y no te atreves a decirle que te molesta. O de aquel que quieres te cuente el último lío con sus amigas porque lo que nos encanta un buen salseo. Ese tú es infinito; tu madre, tu novio, tu novia, tu amiga, tu sobrino, la madre de tu amigo, el padre de tu ahijado…
Michael Corleone le decía a su novia, Kay Adams, que lo que quería por Navidad era ella, mientras ésta le narraba la infinita retahíla de regalos que le había comprado. Su tú era Key. Kevin McCallister le imploraba a un Dios, enfrente del Rockefeller Center, para poder ver a su tú. En ese caso, su madre, interpretada por Catherine O’Hara. Todos tenemos un tú. De hecho, todos tenemos varios tú. Un you. Mariah Carey personificó el tú más famoso en su más que conocida canción, que no necesita presentación.
Pero ese tú a veces se rompe. Os voy a contar una pequeña historia: Padraic se queda atónito cuando ve que su amigo Colm ya no le dirige la palabra. Sin explicaciones, sin motivo aparente, sin más. Esta es la sinopsis de Almas en pena de Inisherin, una película que se encuentra en el panorama actual de premios con unas interpretaciones inmensas. Un vínculo se rompe sin razón aparente, o en caso de que existiera, ésta es de una pobreza manifiesta. De golpe. Pum. Pam. Se acabó. Empieza una marea de golpes, dolor, negación, enfado y, finalmente, aceptación.
¿Lo bonito es triste? Ayer me preguntaba esto mientras leía un texto de no sé qué página web y mi respuesta fue rauda y veloz: definitivamente sí. Puede que un sea un poco contradictorio. Lloramos de alegría, nos emocionamos porque algo nos gusta, nos cuesta aceptar que hay un amor no correspondido... Pero a ver, estoy hablando de lo contrario, diréis, en todo caso esto que menciono habla de que lo aparentemente triste (llorar, emocionarse) puede llegar a ser bonito. Sin embargo, vuelvo al inicio: lo bonito es triste. De lo bonito deriva todo aquello que puede percibirse como triste, tanto si lo es per se, como si no. La tristeza va implícita en todo aquello que nos hace vibrar y emocionarnos, en todo lo bonito, porque a menudo es una alegría triste, derivada de una tristeza alegre.
Esta mañana he vuelto a una cajita de plástico en las profundidades de mi armario, repletos de latas de coleccionista, libros, panfletos de obras de Broadway y artilugios varios. La cajita en cuestión era un DVD. Podría decir que lo he encontrado de forma accidental para hacerlo más poético, pero el caso es que sabía perfectamente dónde estaba ese DVD y qué ocurría con él. Durante meses he evitado desenvolverlo. Durante meses he fingido que no existía. Durante meses ha sido un regalo sin receptor, una película encerrada en papel de envolver que jamás sería rasgado por quien tenía que rasgarlo. Una voluntad anulada. Un detalle pulverizado. Y, a su vez, con un significado insignificante.
Hoy, 30 de diciembre, he desenvuelto ese paquete. Bajo el papel de tonos rosados, verdes y blancos se adivinaba la película Carol. Dirigida por Todd Haynes y basada en la novela de Patricia Highsmith, relata el amor imposible entre dos mujeres, Therese y Carol, en los años 50. No es la correspondencia lo que imposibilita esa relación (en el mundo actual parece que es la primera causa), sino el más que obvio retrógrado contexto social.
Podría ponerme pesimista y nostálgico, pero al final resultó que Carol sí tuvo receptor, lo que no esperaba es que fuera su mismo emisor, es decir, yo mismo. La tristeza se convirtió en alegría. La alegría se transformó en un par de lágrimas. Un regalo involuntario. Un cierre de círculo inesperado. Una especie de perdón conmigo mismo. Un perdón que también lanzo a quien corresponde pese a que nunca sabré la respuesta. No creo que tenga que pedir perdón, pero sí lo veo necesario para que me permita avanzar. ¿Lo bonito es triste? Desde luego. Una alegría triste. Una tristeza alegre. Un anhelo de emoción.
Todos hemos sido Padraic alguna vez. O Kevin McCallister anhelando algo imposible que de repente sucede. Todos hemos sido Michael Corleone sincerándonos con alguien de la forma más bella posible. Al final del día, todo está entrelazado por ese sentimiento. Ese sentimiento que se llama amor y que tiene muchas formas. El amor es amistad, comodidad, anhelo, confianza, bienestar… Es, me vais a dejar pasarme de pretencioso, lo que mueve el mundo.
Como decía La Faraona: si encuentras a alguien que amas en la vida, entonces aférrate a ese amor. Más Lola Flores y menos mindundis de poca monta.
Feliz año.