Cachalote

Jordi de Niro
3 min readOct 23, 2024

--

Suena el Mambo N.º 5 y el reloj marca las ocho y cuarenta y dos minutos de la tarde. Hace ya más de dos horas que estamos en noche cerrada. El ambiente es tranquilo, con calles desiertas y locales abarrotados. Pero no es el abarrotado que conocemos en Europa, sino uno que llena de vida interiores en los que aún sigue cabiendo gente. Siempre hay sitio, por muchas personas que haya en el interior.

Mi travesía nocturna se compone de dos paradas entre la calle Entre Ríos y la Avenida Tres Fronteras. De camino a la primera, numerosas demostraciones de la vida local se adivinan ante mis ojos. Edificios bajos, cables por doquier y mesas y sillas de plástico que ganan terreno a la carretera. Pienso en James Bond, en las palmeras y en todo lo que es tropical. El ambiente es caribeño, aunque estamos a más de 4000 km del Caribe, entonces debe ser por el clima.

Transito por una carretera que tiene bastante tráfico pero que apenas está iluminada. Pero no importa, varios transeúntes caminamos por ella y nos lanzamos miradas ocultas a través de siluetas que vemos a lo lejos y agigantadas a nuestro paso. Miradas ocultas porque no nos vemos las caras, miradas que hablan diciendo ¿es verdad, no hay luz? Pero aquí estamos, da un poco igual esta oscuridad que en otro sitio sería un repelente ante cualquier incursión. Andamos por aquí y no hay luces. De hecho no andamos por la calzada, sino por una especie de arcén poblado por algunos peatones.

Ya en mi segunda parada, articulo de nuevo mi «mesa para uno» en el único local que he encontrado que sirve comida a esta hora. No quiero un manjar ni nada especial, me muero de hambre y necesito comer. Empanadas, milanesa, pescado local… Me da igual. Lo que sea. Apenas llevo dos minutos sentado en la mesa y ya me están acribillando los mosquitos. Pero, de nuevo, no importa, todo lo demás es más importante que unos picores. Me encuentro en un entorno que es único, y a ratos, inverosímil.

Al ritmo de Sex Bond le pido a Carla mi cena. Voy a abstenerme de escribir el qué porque tampoco es cuestión de contarlo todo. Mientras espero miro a través del balcón, estoy en un primer piso de un restaurante, abajo hay unos futbolines con jugadores que parece que hayan ganado un mundial, luces de chiringuito, y cómo no, turistas políglotas armando jolgorio.

Sin embargo, lo más llamativo no es eso. A escasos metros fluyen las aguas del río Iguazú, y a unos pocos más allá, las del río Paraná. Estas, cuando se mezclan, forman un pasaje que une tres trozos de tierra distintos. Hasta aquí todo normal, pero lo que lo hace realmente especial es que cada trozo, o cada extremo mejor dicho, pertenece a un país distinto de Latinoamérica.

Es turno de Oye Como Va y me detengo a pensar en algo que no ocurre todos los días y que voy a procurar asimilar. No ocurre todos los días que uno se jale unas empanadas y papas fritas en un país, mientras ve a otros dos (países), uno a cada lado, de forma simultánea. Se trata del conocido hito histórico de tres fronteras que une a Brasil, Paraguay y Argentina. No es el único en el mundo, pero es realmente especial. Acompaño la estampa con media pinta de Patagonia Amber en un vaso en el que leo Cerveza Artesanal Cachalote. Está muy rica. Como rodeado del caudal de dos ríos que trazan historia hidrológica y política mientras pierdo la cuenta de todos los guau que rondan por mi cabeza.

Buenas noches desde Puerto Iguazú (por cierto, ahora está sonando Tainted Love).

Ciudad del Este (Paraguay) y Foz do Iguaçu (Brasil) desde Puerto Iguazú (Argentina) . Literalmente.

--

--

No responses yet